María, 28 de marzo, 2022

Adolescentes y desconexión moral en la vida digital

El uso de la tecnología para coaccionar y agredir está presente en gran parte de las relaciones románticas entre adolescentes. Esto lo dice un estudio de 2021, elaborado por investigadoras de las universidades de Sevilla y Loyola y publicado en el Journal of Interpersonal Violence.

La investigación, de la que hace unos días se hacía eco El País, agrupa las formas de violencia en agresiones verbales o emocionales para insultar, acosar o amenazar, control y vigilancia, y agresión sexual, que incluye coacciones, presiones, insultos, comentarios e intercambio no deseado de textos o imágenes. Las categorías se sometieron a examen durante el estudio a través de conversaciones diseñadas para ser neutrales en términos de género y orientación sexual. La percepción de agresividad varía según el tipo de violencia -los escenarios de connotación sexual les parecen más graves a las chicas que a los chicos, por ejemplo-. También el ámbito en que se produzcan comentarios, contenidos o conductas marcan la diferencia: tanto ellos como ellas consideran “ligeramente agresivas” las conversaciones insultantes si se mantienen en la esfera de la pareja y “agresivas” si trascienden al grupo.

Elijo hoy este tema por el peligro de utilizar un valioso estudio como este para concluir que móviles y redes están destruyendo -casi corrompiendo- a los adolescentes. Porque no es tan simple. En cómo se relacionen en términos sentimentales influyen móviles y redes, pero también -mucho más-, lo que ven en su entorno, lo que oyen e incluso lo que no oyen.

El estudio introduce un factor relevante: la desconexión moral. Nos auto convencemos de que podemos no aplicar nuestros principios éticos en un determinado contexto. Una desactivación intencionada para poder mantener cierta coherencia entre valores y comportamientos. Es decir, un adolescente puede ‘saber’ que algo está mal, pero puede también buscar justificación para hacer ese algo cuando es a través de un móvil, por ejemplo.

Según el estudio, los adolescentes con altos niveles de desconexión moral perciben las agresiones como un acto menos grave. De nuevo, ojo con concluir que la tecnología es la (única) culpable de que el adolescente no asuma las consecuencias de sus actos digitales. Con frecuencia, los adultos potenciamos esa desconexión moral al distinguir sin cesar la ‘vida real’ de la ‘vida digital’, inconscientemente validando que cuenta más lo que se haga en persona.

El anonimato digital no ayuda, y la tecnología sin duda ha sumado herramientas y amplificado efectos a la posibilidad de agredir o ser agredido. Pero la tecnología no ha creado la decisión de insultar, acosar, controlar, atacar o herir a alguien. Y la sociedad, que se construye en gran medida con lo que decimos, no decimos, hacemos y no hacemos, favorece -o al menos resta consecuencias- a determinados comportamientos.

La desconexión moral en el uso de la tecnología y el efecto a largo de plazo de los distintos tipos de agresiones digitales no se solucionan cortando el acceso a Internet o prohibiendo el móvil, sino educando en qué significa respeto (a uno mismo y a los demás), y en qué significa asumir la responsabilidad de los actos propios (analógicos y digitales).

Necesitamos dejar de pensar que nuestros iKids nunca harán nada equivocado, necesitamos dejar de justificar malas conductas cuando las ejercen nuestros iKids. Necesitamos ser más explícitos en la comunicación familiar sobre las bases de las relaciones interpersonales y sentimentales. Necesitamos dejar de ver la vida digital -nuestras y de los adolescentes- como un espacio separado de las vidas «reales». Porque son las dos una sola cosa. Y nuestros hijos necesitan entenderlo desde lo que nosotros, como educadores, digamos y hagamos.

Quizá deberíamos tener en cuenta tres cosas (dos de ellas están ya mencionadas en el texto):

1.- En cómo se relacionen los adolescentes en términos sentimentales influyen móviles y redes, pero también -mucho más-, lo que ven en su entorno, lo que oyen e incluso lo que no oyen.

2.- Con frecuencia, los adultos potenciamos esa desconexión moral, al distinguir sin cesar la ‘vida real’ de la ‘vida digital’, inconscientemente validando que cuenta más lo que se haga en persona. Algo así como “no quiero que mi hijo pegue a una chica” pero “no me parece tan grave que mi hijo tenga geolocalizado el móvil de su novia para saber dónde está”.

 3.- Los adultos también pueden ser expertos en esa desconexión moral asociada a sus vidas digitales. Justificamos conductas, comentarios o contenidos en entornos digitales que internamente sabemos que están mal, que no dejaríamos pasar en situaciones ‘reales’ sin pantallas de por medio. Y lo hacemos en función de nuestros sesgos o convicciones o en función de nuestros intereses. Ejemplo de ellos son muchos comentarios en redes sociales ante cualquier cosa que nos indigne. Son más los que se atreven a insultar agresivamente a otro en Twitter que en una sala de reuniones o en la calle. Son más los que hablan inglés ‘nivel nativo’ en LinkedIn que los que hablan inglés en una conversación con un cliente. Son más los que se deciden a formar parte de un linchamiento digital que los que saldrían a la calle a -físicamente- linchar a alguien.

Si ya nos cuesta reconocer nuestros sesgos, no quiero ni pensar en ponernos a reflexionar sobre cuánto, cuándo, cómo y por qué recurrimos a una cierta ‘desconexión moral’ a la hora de participar en entornos digitales. Cuánto recurrimos a buscar justificaciones para hacer según qué cosas con un móvil o en una red social, aunque sepamos que están mal o no bien del todo.

Pero, sorpresa, si no reflexionamos -y en voz alta- los adultos, difícilmente lo harán niños y adolescentes.

En fin. Que grandes empresas tecnológicas y principales reguladores opten algún día por intentar construir una mejor sociedad digital no servirá de mucho si los usuarios no entendemos que lo que está mal está mal, en la vida ‘real’ y en la digital.

Besos,

M.

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