El peligro de buscar garantías sobre iKids y tiempo de pantalla
Las redes sociales se asocian a unos mayores índices de depresión -o no-. Se dice que afectan negativamente a la salud mental de los adolescentes -o no-. Los videojuegos tienen muy mala fama porque producen adicción -o no- y porque incitan a la violencia -o no-. Las vidas de los jóvenes de hoy son más aisladas que nunca -o no-. La tecnología fríe el cerebro de los niños -o no-. Los niños ya no hablan entre ellos -o sí- y los adolescentes no tienen valores -o sí-. Los padres son helicópteros que híper-intervienen e híper-protegen a sus hijos o les ponen delante de la niñera tecnológica para que no molesten. Y mientras esos padres quieren que sus iKids no miren pantallas, ellos miran pantallas y viven en un no-cumplimiento de funciones. Es el fin del mundo.
Así de contradictorios son los mensajes que escuchamos a diario acerca del impacto de la tecnología sobre nuestros iKids. Es un mundo en el que priman los titulares virales: la evidencia científica negativa recibe mucha más atención que la positiva, of course, y alimenta el pánico entre padres y educadores, impidiendo que pensemos que, más que pánico o peligro, lo que tengamos delante es una oportunidad para cambiar algunas cosas.
Parece que buscamos garantías absolutas y respuestas cerradas a todo: ¿es cierto que los iKids pasan más tiempo del que es saludable delante de pantallas? ¿Es la solución que los padres prohíban esas pantallas? ¿Deben las Autoridades tomar decisiones al respecto prohibiendo pantallas en según qué sitios? ¿Causan adicción las pantallas? ¿Hay una edad adecuada -y con rigor científico- desde el punto de vista de la seguridad y el bienestar para darles un móvil o dejarles usar dispositivos?
En situaciones, como ésta, que generan una preocupación pública relevante, se mira a la comunidad científica para que proporcione y analice evidencias, para después ofrecer recomendaciones. Pero la investigación científica en este campo tiene sus propios retos y sus muchas incertidumbres.
Hay estudios para todos los gustos y, en la mayoría de los casos, de los mismos datos estadísticos surgen interpretaciones diferentes.
Con el inicio del año ha llegado también la publicación – en la revista científica Nature Human Behaviour– de los resultados de un estudio realizado por expertos de la Universidad de Oxford (A. Orben and A. K. Przybylski, Nature Hum. Behav.; 2019): «La asociación entre el bienestar de los adolescentes y el uso de la tecnología digital«.
Los autores examinan tres grupos de datos a gran escala, dos de ellos norteamericanos y un tercero británico, que incluyen información sobre el bienestar de los adolescentes, su uso de la tecnología digital y otras variables. Y, en lugar de ejecutar uno o varios análisis estadísticos, lo que este estudio hace es desarrollar todos los análisis teóricamente plausibles (combinaciones de variables dependientes e independientes, con o sin co-variables). Esto permite que el estudio pueda ofrecer un mapa bastante amplio de cómo la asociación real entre el uso de la tecnología y el bienestar de los adolescentes puede variar -de negativo a no significativo a positivo- en función de cómo se quieran interpretar los datos.
Los cálculos del estudio SÍ detectan una asociación estadísticamente significativa entre el uso de la tecnología y el bienestar de los adolescentes: más tiempo de pantalla se asocia a menos bienestar de los encuestados. PERO los efectos son tan mínimos -explican como mucho un 0.4% de la variación en ese bienestar adolescente- que no pueden juzgarse como valor práctico.
Para poner todo esto en contexto, los autores también analizan la asociación entre el bienestar de los adolescentes y otras variables: beber alcohol, ser objeto de acoso, fumar, dormir lo suficiente o no, desayunar, comer verduras, llevar gafas o ir al cine. El bienestar se asocia de forma trascendental -tanto en lo bueno como en lo malo- con todas estas variables, muy por encima del uso de la tecnología. De hecho -y esto ha dado lugar a muchos titulares en medios durante los últimos días-, comer patatas de manera regular se asocia a un peor bienestar adolescente en la misma medida que el uso de la tecnología.
Eso sí, algunas de las preguntas que se plantea el estudio son estupendas si comparamos la adolescencia de los 80 ó 90 con la actual, pero no necesariamente tienen en cuenta la amplia gama de posibles experiencias con pantallas -y fuera de ellas- que un adolescente de hoy tiene. Y el estudio habla fundamentalmente de adolescentes, no de niños de menor edad.
Este estudio no es una ‘última palabra’ en el mundo de la interpretación del impacto del tiempo de pantalla sobre los iKids. Sus conclusiones se basan en un examen de asociaciones, no en una relación causa-efecto. Y esto mismo sucede con la mayoría de investigaciones sobre el impacto de las pantallas en nuestras vidas: no suelen basarse en una relación causa-efecto. Lo que sí establecen las conclusiones del trabajo de Oxford es que las advertencias apocalípticas no tienen necesariamente una base real. Y nos demuestran que una evidencia científica limitada e interpretada con intereses no ayuda, sino que distorsiona la opinión pública en un tema tan serio como las decisiones de los padres o el bienestar de los hijos.
Esta conclusión no es solo mía, sino que coincide con otras como las del UK Royal College of Paediatrics and Child Health, que ha actualizado sus recomendaciones sobre tiempo de pantalla en niños (igual que la Academia Americana de Pediatría).
En el tema de los niños y el tiempo de pantalla, es necesario que existan más estudios que se centren en saber si las pantallas reducen el bienestar, si es un peor bienestar ya existente el que produce querer más pantallas o si hay una tercera variable por debajo de ambos conceptos. Lo que consigue el estudio de Oxford es poner perspectiva y ayudar a que analicemos este tema con algo más de calma y sentido común.
La revolución digital no está cambiando la infancia de los iKids. Lo está cambiando todo. Está cambiando el mundo y hace imposible -lo cual no es malo en sí mismo- que nuestros hijos vivan una infancia igual a la nuestra. Como dice la experta Sonia Livingstone, «la sociedad está poniendo una enorme presión en los padres de familia para que solucione una situación que realmente afecta a toda la sociedad y que implica, de hecho, cambios sociales«.
Todos estamos lidiando con un cambio y la solución para evitar el ‘apocalipsis’ en las vidas de los iKids no debería pasar por reducir todo a demonizar el tiempo de pantalla ni por dejar toda la responsabilidad en el tejado de los padres.
Que haya pantallas en la vida de nuestros hijos, tengan la edad que tengan, no garantiza nada bueno ni nada malo en sí mismo. Móviles y redes no son culpables de todos los males ni inocentes herramientas que da igual cómo usemos porque «total, están aquí y son necesarias».
No busquemos garantías que nos hagan sentir más tranquilos –si hago esto, pasará esto y no pasará lo otro– y tengamos en cuenta la realidad de unos tiempos para buscar la mejor manera de aprovecharlos. Con la calma.
Y ya. 😉
Besos,
M.
PD. Algunas de las interpretaciones publicadas por medios de comunicación en torno al estudio incluyen:
- Screen time: how much is too much? Nature.
- The kids (who use tech) seem to be all right. Scientific American.
- Screen time may be no worse for kids than eating potatoes. Forbes.
- Why screen time studies can’t measure the effect of smartphones on our well-being. The Verge.
- Screens might be as bad for mental health as… potatoes. Wired.
[…] ha hecho viral un artículo sobre adolescentes y pantallas que no comparto para nada, en cambio la visión de María me parece mucho más […]
Gracias por la mención!! Feliz tarde 😉